El San Giorgio Mykonos resume a la perfección el tipo de hotel que busco cuando viajo: “with a plus”, “con algo más”... Con ambientes tan auténticos, atmósferas tan especiales, habitaciones tan acogedoras o estancias tan originales que resulta imposible resistirse.
Está en lo alto de una colina, entre las playas Paradise y Paraga, en el pedazo de paraíso que allá por los años 90 adquirió un pescador de la zona. Hoy es propiedad de Thomas Heyne y Mario Hertel, e integrante de la cadena Design Hotels, con 33 habitaciones y 2 suites (afortunadamente sin televisión), donde se paladea la historia, el patrimonio, el estilo y la simplicidad de la isla.
El esplendor quebradizo del encalado del edificio sólo se ve interrumpido por los escasos accesorios decorativos seleccionados cuidadosamente por Annabell Kutucu: muebles de madera natural encerada, alfombras de paja, cojines étnicos, objetos de bambú, piezas de artesanía… Todo aquí invita a descalzarse, a envolverse en un pareo de lino, a sumergirse en un dolce farniente, a poner la mente en blanco.
Esta elegancia despreocupada se palpa igualmente en su restaurante Stella die Mare, que ofrece platos mediterráneos a base de productos frescos y orgánicos, como los mejillones con tocino ahumado y sidra, la caldereta de pescado (Aegean Kakavia) o el guiso de carne con zanahoria y aguacate.
Justo al lado, la zona de piscina seduce con sus hamacas y tumbonas, entre palmeras y un bar que hace las delicias de los amantes de los cócteles. Aunque los huéspedes del San Giorgio son considerados clientes Vip en el desenfrenado club de playa Paradise (para gente joven y de lo más variopinta), resulta mucho más agradable acercarse hasta su plataforma privada de madera para zambullirse en solitario en las aguas cristalinas del Egeo.
Al atardecer, huyendo del bullicio de las discotecas playeras, es mejor poner rumbo al pueblo de Mykonos, a tan sólo 10 minutos en coche. Y perderse por su laberinto de callejuelas empedradas, teñidas de añil, plagadas de restaurantes románticos y tiendas curiosas, quizá bajo una leve tramontana.
www.sangiorgio-mykonos.com
Está en lo alto de una colina, entre las playas Paradise y Paraga, en el pedazo de paraíso que allá por los años 90 adquirió un pescador de la zona. Hoy es propiedad de Thomas Heyne y Mario Hertel, e integrante de la cadena Design Hotels, con 33 habitaciones y 2 suites (afortunadamente sin televisión), donde se paladea la historia, el patrimonio, el estilo y la simplicidad de la isla.
El esplendor quebradizo del encalado del edificio sólo se ve interrumpido por los escasos accesorios decorativos seleccionados cuidadosamente por Annabell Kutucu: muebles de madera natural encerada, alfombras de paja, cojines étnicos, objetos de bambú, piezas de artesanía… Todo aquí invita a descalzarse, a envolverse en un pareo de lino, a sumergirse en un dolce farniente, a poner la mente en blanco.
Justo al lado, la zona de piscina seduce con sus hamacas y tumbonas, entre palmeras y un bar que hace las delicias de los amantes de los cócteles. Aunque los huéspedes del San Giorgio son considerados clientes Vip en el desenfrenado club de playa Paradise (para gente joven y de lo más variopinta), resulta mucho más agradable acercarse hasta su plataforma privada de madera para zambullirse en solitario en las aguas cristalinas del Egeo.
Al atardecer, huyendo del bullicio de las discotecas playeras, es mejor poner rumbo al pueblo de Mykonos, a tan sólo 10 minutos en coche. Y perderse por su laberinto de callejuelas empedradas, teñidas de añil, plagadas de restaurantes románticos y tiendas curiosas, quizá bajo una leve tramontana.
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