Hay hoteles que me dan energía positiva y uno de ellos es el
Daniel de Viena. No me canso de acomodarme en sus originales habitaciones,
desayunar en su deliciosa Bakery, y salir en Vespa o bici a recorrer esta apasionante ciudad.
A un cuarto de hora andando del centro, junto al Jardín
Botánico de la Universidad de Viena y el Schloss Belvedere, ocupa un edificio protegido
que fue diseñado en 1962 por el arquitecto Georg Lippert y reacondicionado por el
estudio Hess Arquitectos. Antes de atravesar la entrada, me detengo a
contemplar su jardín-huerto delantero, que suele tener plantados tomates,
pepinos, calabazas, hierbas aromáticas y vides de uva 'Blue Wildbach'.
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Su huerto urbano... absolutamente genial |
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La fachada del hotel, típica de los años 60 |
Una vez dentro del hall, tipo loft vintage, me dirijo a la recepción,
un mostrador funcional de los años 50, tras el cual se encuentra la pequeña
tienda en la que siempre que puedo me hago con un sombrero Mühlbauer, un bolso
Brooks, o el jabón especial Daniel.
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La desenfadada recepción |
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Estantería de la tienda con su fabuloso jabón artesanal |
Las habitaciones se dividen en cinco categorías y sus
precios son más que razonables: Smart, la más pequeña e inteligente; Hamaca,
especialmente cómoda y relajante; Panorama, con vistas fabulosas; Belvedere, la
más grande y lujosa; y Airstream (en la caravana americana original situada junto
al huerto). Me gustan todas y mi elección
sólo depende del presupuesto en ese momento…
La |
La habitación Hamaca |
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La habitación Panorama |
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La caravana, para experimentar un alojamiento diferente |
Luego siempre hago un receso en su genial Bakery, una mezcla
luminosa y alegre de salón, restaurante, cafetería, bar y tienda, con mobiliario
clásico y vanguardista, sillas Katakana, sofás Jugendstil, esculturas de Donna
Wilson, simples paletas de madera que hacen de muebles accesorios…
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La Bakery abre desde las 6,30 de la mañana hasta la 1 de la madrugada |
Su desayuno buffet es sensacional, pero además ofrece platos
de cocina gourmet internacional francamente interesantes ideados por la chef Elizabeth
Razumovsky, y bebidas tan originales como Ayran (yogur de Turquía), cerveza
Starobrno, cava español, limonada Cardamint o café turco. Me encanta su atmósfera y los divertidos
floreros que utiliza -viejo corsés, maletas, bolsas y sombreros antiguos-, que
siempre me sorprenden.
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Genial presentación de muffins en hueveras de cartón |
En el buen tiempo también se puede subir a la azotea,
presidida por la escultura de un barco de vela de tamaño original, obra de Erwin
Wurm, que comparte espacio con los paneles de abejas que producen la miel que
se puede degustar en la Bakery o adquirir en la tienda, y un huerto de manzanas
de variedades antiguas. Y de nuevo a recepción, a alquilar una bici o una Vespa
por un puñado de euros y poner rumbo al centro histórico.
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La escultura del velero en la azotea |
A un tiro de piedra del centro de la ciudad, y con el mismo
buen gusto y estilo que el de Viena (y aún más barato…), cuenta además con una
historia fascinante. En 1886, el hotelero Alois Daniel decidió levantar un
elegante hotel al lado de la estación de tren de Graz, que conectaba con Viena,
Liubliana y Trieste, y que fue destruido en los bombardeos de la Segunda Guerra
Mundial. Para su reconstrucción, el arquitecto Georg Lippert optó por elegir el
estilo arquitectónico característico de los años 50, del que actualmente se
mantiene sólo, pero con orgullo, la fachada.
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Colores pastel y enredadera en la fachada |
Por dentro, sin embargo, todo gira alrededor de su lobby tipo
loft, una zona ambivalente, con mucha luz y mucho espacio, en el que es posible
pasar o quedarse, hacer el registro, charlar, tomar un café en su bar Espresso,
trabajar, o alquilar una Vespa, una bici o una calesa motorizada…
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El enorme lobby con su bar central |
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Graz se descubre mejor a tres ruedas... |
Sus habitaciones, diferenciadas entre Smart y Loggia, son
simplemente geniales de puro simples, así como el Loft Cube, instalado en la planta superior: 44
metros cuadrados que ofrecen vistas panorámicas de la Torre del Reloj y del Schloss
Eggenberg.
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Calidad en los materiales, simplicidad en las líneas |
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