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Los orígenes de este caserío se remontan al siglo XVII, propiedad del Marqués de Castellanos, que uno de sus descendientes ha restaurado con muchísimo gusto para compartirlo ahora con viajeros ávidos de relax y naturaleza.
Tras atravesar su apacible jardín con piscina, se penetra en un entorno silencioso y mullido que sumerge en el pasado histórico –y aristocrático- castellano. Si te gusta la decoración algo retro, apreciarás sus pavimentos de barro y de mosaico hidráulico, las viguerías de madera de álamo, las interesantes piezas de mobiliario de los siglos XVIII y XIX pertenecientes al patrimonio familiar…
Sus 10 habitaciones, todas diferentes, resultan muy acogedoras, aderezadas con muebles antiguos y cuartos de baño amplios y luminosos. Esa misma sensación de señorío relajante se palpa en el pequeño comedor de desayunos, en el salón con chimenea, en la sala de lectura, en los patios y rincones de jardín que invitan a pasar la tarde con un buen libro o contemplando el atardecer.
Además, la gran extensión de la propiedad, a orillas del río Eresma, ha permitido a sus propietarios la cría y doma de caballos. Podrás contemplar sus ejemplares en plena libertad o acercarte hasta la cuadra para solicitar un paseo por la finca. Otro plan que recomiendo son los recorridos a pie por los bosques de fresnos y pinos que rodean el hotel, poniendo la mente en blanco.