Dar es
el nombre que en Marruecos se da a las casas tradicionales -simboliza
el hogar, la intimidad, el refugio doméstico...- y que también han adoptado algunos hoteles fuera de
serie que, una vez se visitan, son imposibles de olvidar.
Dar Darma: Atmósfera suntuosa
En el distrito de Moqf, muy cerca de la plaza Jemaa El
Fna, el Museo de Marrakech y la Escuela Coránica Medarsa Ben Youssef, casi
nadie se fija en una pequeña puerta de madera. Nada hace presagiar que, tras franquearla,
nos encontremos con un oasis de calma y frescor donde el tiempo parece detenerse.
Este palacio del siglo XVIII, renovado y restaurado según
un espíritu contemporáneo refinado –nada menos que 1.200 metros cuadrados)-, fue hasta hace unos años la casa de vacaciones de un
diseñador italiano. Alguien con muy buen gusto, ciertamente. Hoy, como hotel, ha preservado las decoraciones interiores
de antaño en las que radica gran parte de su atractivo: vigas de madera
pintadas a mano, molduras y mosaicos, viejos portones de cedro, paredes metalizadas,
alfombras orientales, piezas vintage...
Un privilegio del que pueden disfrutar los huéspedes
alojados en sus tan sólo 2 apartamentos y 4 suites, de atmósfera suntuosa y
privada, lo que garantiza una intimidad absoluta. Las zonas comunes, incluyendo
un precioso hammam, forman una especie de laberinto, con salones que se comunican
con otros salones, pasillos, escaleras y patios.
Todas las estancias son derroche decorativo que mezcla lo
mejor de la tradición marroquí y el estilo colonial de Oriente: antigüedades,
pieles de jaguar en el suelo, teteras artesanales, muebles de ébano con incrustaciones de
madreperla y huesos de camello, cerámicas barnizadas en brillantes colores…
Es increíble estrenar el día desayunando bajo la pergola de su
terraza, junto a una pequeña piscina con divanes y camas para relajarse, frente
a cientos de antenas parabólicas y minaretes, y con el trasfondo de la Koutoubia,
el palacio Dar El Bacha y el Atlas.
Por la noche, en su restaurante, lo mejor es dejarse aconsejar por María, la cocinera, que prepara deliciosos platos locales: harira
(sopa de verduras con finas rebanadas de pan árabe), tajine de cordero con
dátiles y almendras, cuscús de 7 verduras, pastilla rellena de pollo o pichón,
dulces de almendras y miel...
Dar Nanka: Fusión de Oriente y Occidente
A 15 kilómetros de Marrakech he encontrado una de las
mejores mezclas de Oriente y Occidente, de conjugación de épocas y culturas. Su
nombre se debe a sus propietarios, Nancy y Mika, que junto a sus hijos, Vadim y
Marithé, cambiaron hace años su Bélgica natal por este rincón paradisiaco.
Este matrimonio de apasionados por las antigüedades,
antes de instalarse en Marrakech, ya habían restaurado y transformado en hotel un
molino del siglo XVI en las Ardenas belgas. Ahora han conseguido trasmitir su vocación
en cinco habitaciones (unas más femeninas, otras más sobrias), un pabellón
independiente y varios bares y salones muy acogedores.
Para la decoración han optado por piezas antiguas
recuperadas y muebles encontrados en Bab Khemis, que decapados y patinados dan
a este hotel el encanto de lo auténtico. Además, su imaginación ha sido capaz
de transformar viejos candelabros en pies de lámparas, contraventanas gastadas
en puertas de armarios…
A las habitaciones se llega a través de una escalera de
estilo provenzal encargada a un artesano local. En ellas destacan las colchas
bereberes, los grabados franceses, los sacos de café que tapizan algunas butacas…
La vida transcurre aquí también al aire libre, entre sus porches y jardín, plagado de olivos centenarios, árboles
frutales y flores olorosas, donde se ubican las tumbonas alrededor de una tentadora piscina.
Para la ambientación de su moderno spa, “Les perles de l’Atlas” han echado mano
de Yaya, un célebre artista marroquí.
Dar Rkizlane: Como en la mansión de un pachá
Más allá de las murallas de la ciudad, en el barrio del Hivernage, tras un imponente portal de hierro forjado, destaca un impresionante edificio rodeado de eucaliptus que refleja la elegancia de las villas burguesas de la zona. Este sueño arquitectónico ha sido posible gracias a la iniciativa del matrimonio formado por Ahmed y Catherine Sadki, empresarios turísticos, que han transformado dos edificios separados por un frondoso jardín en un hotel fascinante.
Por fuera llaman la atención sus volúmenes -terrazas, verandas, minzehs en cedro macizo pintados en verde agua...- y, por dentro, sus cobres, espejos, tapices, cortinas de lino, algodones bordados, puffs de cuero, jarras de barro cocido de Taroudant... El diseñador encargado de este estilismo ha sido Charles Boccara, que ha recreado lo que hace un siglo podría haber sido la mansión de un rico pachá con su cúmulo de ladrillos rojos, paredes ocres en tadelakt y zelliges alrededor de la piscina y los estanques.
La entrada sigue un largo y estrecho pasillo, como si fuera un derb de la Medina, que conduce a las 19 habitaciones y suites, decoradas con pieles, ricas maderas, terciopelos y sedas. A su vez, el jardín seduce con sus estanques (en los que flotan jacintos de agua, nenúfares y papyrus de Egipto), sus fuentes tapizadas con pétalo de rosas, y su apacible piscina.
Para los huéspedes también resultan deliciosos sus salones y bares, su restaurante -que utiliza una vajilla encargada expresamente en Fez y cubertería de plata firmada por Guy Degrenne-, y su espacio de bienestar, que ofrece tratamientos a base de arcilla ghassoul, aceite de argan, henna, goma de acacia, aloe, higo de barbarie, rosa de El Kelàa, flor de naranjo...